La primera etapa corresponde al barroco literario; la segunda a las transformaciones del barroco, a los intentos de renovación arcádica y neoclásica y al romanticismo y sus prolongaciones; la tercera, a las tendencias de finales del siglo XIX, al modernismo brasileño y al posmodernismo. Del litoral al interior se fueron definiendo manchas de poblamiento que originaron islas culturales. Éstas fueron las simientes de la literatura regionalista que ha estado presente a lo largo de toda la historia literaria del país.
Las manifestaciones literarias significativas en los tres siglos iniciales responden, ante todo, al problema de la expansión ultramarina. La Carta de Pero Vaz de Caminha, que oficializa para Portugal la nueva posesión de las tierras, así como el Diario de Navegación (1530) de Pero Lopes y Martim Afonso de Souza pueden incluirse en la literatura de viajes, género que se define en el siglo XV en Portugal de manera simultánea a las travesías de los navegantes. El proceso expansionista, desplazándose hacia la tierra, se desdobla en la colonización. Superado el problema inicial de los itinerarios, se impuso la preocupación por la tierra desconocida y, ante todo, el desafío, dado su carácter inexplorado. Más aún, exigía la búsqueda de soluciones para la resistencia, la agresividad y la actitud indomeñable de los indios. Esa preocupación se deriva en la imprescindible necesidad de registrar informaciones y organizar repertorios y catálogos. Son importantes, por tanto, los textos de información, entre ellos el Tratado de la tierra del Brasil (1570) y la Historia de la provincia de Santa Cruz (1576), de Pero de Magalhães Gandavo; Narrativa epistolar y el Tratado de la tierra y de la gente del Brasil (1587), de Gabriel Soares; Diálogo de las grandezas del Brasil (1618), de Ambrósio Fernandes Brandão; Diálogo sobre la conversión de los gentiles, del padre Manuel da Nóbrega; Historia del Brasil (1627), de fray Vicente do Salvador; Cartas jesuíticas (tres primeros siglos).
La literatura brasileña nació con el barroco, de la mano de los jesuitas. Merecen destacarse el padre António Vieira, Bento Teixeira, Gregório de Matos Guerra y Manoel Botelho de Oliveira, secundados por fray Manoel de Santa Maria Itaparico, el padre Simão de Vasconcelos, fray Manuel Calado y Francisco de Brito Freire. Muchos de esos autores, no siempre integrantes de la Compañía de Jesús, se educaron en los colegios jesuíticos que se levantaban al lado de las iglesias, focos de transmisión de la cultura metropolitana, en sus aulas de letras y humanidades.
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